"Mi vida, un disparo a la eternidad": febrero 2008

martes, febrero 12, 2008

Esta vez quisiera comentar lo planteado en una clase de Paulina Vidal en la UAHC, acerca de la dominación masculina, pero no en la dimensión conocida por todos, con la intensión de hacer evidente una fuerte discriminación y violencia generalmente invisibles a la reflexión cotidiana.

Aunque suene paradójico, he llegado a la conclusión de que la discriminación por género, ejercida como violencia o dominación simbólica y en sus demás variables, no discrimina en absoluto el género, es decir, se ejerce una discriminación en ambos sexos, masculino y femenino, de distinta forma pero ambos son dominados por una construcción arbitraria, histórica sociocultural.

La discriminación por género es una construcción social que se ha producido a lo largo de la historia, en la que se ha ejercido una fuerte violencia contra la mujer. En un principio producida por la distinción de roles, lo que se denominada división sexual del trabajo, basada en la fuerza física, quedando como labor masculina la caza y como labor femenina la recolección y cuidado de los hijos; luego basada en la fuerza intelectual, espacio vedado para las mujeres de antemano, lo que no le permitió desarrollar libremente sus potencialidades, ha sido sometida, anulando hasta su propia subjetividad al negarle el derecho a decidir autónomamente sobre sí misma, (y no tan solo como ciudadana.)
La diferencia biológica ha sido utilizada como un tipo de justificación, frente al ejercicio de poder y la histórica dominación masculina sobre la mujer, desde los orígenes de la civilización, sobre todo en la separación sexual del trabajo, (“el hombre tiene más fuerza”)

El sexismo, entendido como un mecanismo por el cual se conceden privilegios o se practica discriminación contra una persona en razón de su sexo, impidiendo la realización de todo el potencial humano que posee. (De la Cruz, 1998); al igual que otros tipos de discriminación como por ejemplo el racismo, atribuye a una naturaleza biológica como esencia, de la cual proviene la estructura de la existencia; como ‘aparente’ fundamento encuentra la apariencia corporal de diferenciación sexual. Sin embargo, Pierre Bourdieu, desde una postura antiescencialista, plantea que esta diferencia no es precisamente biológica, sino que se trata de una construcción social histórica, una relación de poder que ha sido naturalizada.

Ocurre lo que Bourdieu denomina “violencia simbólica”, la cual la violencia ejercida es naturalizada por los agentes sociales y se vuelve un habitus, llevado acabo en principio por el proceso por el cual se familiariza el mundo estructurado simbólicamente, como un proceso de socialización o inculcación colectiva que se produce generalmente de forma implícita, que impide reflexionar sobre las relaciones tradicionales de género.

Sin embargo, la dominación masculina no solo afecta a las mujeres como es sabido, sino que también afecta de manera muy violenta a los mismos varones quienes están condicionados a demostrar que se ajustan al concepto o ‘tipo ideal’ de hombre, no basta con nacer de sexo masculino, sino que debe demostrar que lo son. Está obligado a fingir que no le interesan los quehaceres identificados socialmente como roles femeninos, desde pequeños se han socializado para que oculten sus emociones y debilidades, para asumir un rol protector de la mujer, a saber pelear y defenderse y cuando adulto, se le impone la obligación como hombre de trabajar para mantener la familia que forme, es lo que se exige socialmente de él, la identidad de ‘hombre adulto’ depende de ello, su dignidad está condicionada al trabajo como instrumento de realización, , generalmente asumiendo mas aún la carga simbólica de ser el único sustento, como se acostumbra en las sociedades de tipo patriarcal tan característica de Latinoamérica, que predominó hasta los siglos ulteriores conservando su hegemonía durante la emancipación, permaneciendo actualmente, aunque disimulado, ante la ofensiva de los movimientos reivindicativos de la mujer que han logrado que la sociedad avance considerablemente hacia una igualdad de género, pero con bastante camino por delante por cierto.

El patriarcado privilegia la visión de lo masculino como ideal, superior, potenciando la relación de dominación segregando a lo femenino como secundario, de menor valor; dividiendo a las personas en subgrupos sociales enfrentados.

La masculinidad que se produce en el sistema patriarcal, (y dentro de una visión androcéntrica, que se refiere a la visión en la que el hombre es visto como modelo y medida de las personas. Lo masculino es generalizado para ambos sexos, lo que tiene como consecuencia la generación de leyes y teorías confeccionadas de tal manera en que sólo consideran las características individuales y sociales de los hombres, no importando las características de la mujer, dicho sea de paso) proclama la autoridad y el poder procurando mantener el liderazgo en la vida social, viéndose como universal (en el caso del lenguaje por ejemplo); estableciendo una correspondencia entre el ideal cultural y el poder institucional. Por lo tanto se trata de una “masculinidad hegemónica”. (Olavarría, 2001)

El concepto de masculinidad hegemónica refiere a un modelo de “deber ser”, que señala lo que está socialmente permitido y lo que no, lo que delimita en gran medida los espacios por los que se puede desenvolver el hombre, que enmarca los límites que corresponden a lo masculino, salirse de ellos significa exponerse al rechazo tanto de los otros hombres como también de las mujeres. Implica un ‘castigo social’ para quien osa no responder con los cánones específicos del concepto de hombre, quien demuestre sensibilidad es discriminado y humillado por su propios pares, quienes están muy preocupados de resaltar su virilidad frente al resto y fingiendo que no le interesa expresar sus sentimientos, porque “es cosa de mujeres” porque representa debilidad.

La opresión durante la cultura patriarcal sufrida por las mujeres ha sido bastante estudiada (la gran mayoría han sido realizados por mujeres, como una especie de denuncia frente a la situación), estudios que han provocado un cierto misticismo en los discursos, en los cuales el hombre tiende a aparecer como hombre = malo = opresor; frente a la mujer = buena = oprimida.

Me refiero a que históricamente se ha victimizado a la mujer no permitiendo que se de a conocer este otro lado de la moneda; suele suceder que frente al análisis de los efectos de la cultura patriarcal se produzca una dolarización dicotómica de la concepción de genero, que lleva a una interpretación unidireccional que también correspondería a una lectura sexista.

A los hombres tampoco se le permite realizarse libre y plenamente autónomamente, contrariamente a lo que podría pensarse, desde que nacen están obligados a seguir ciertos patrones, y al igual que las mujeres, (en este aspecto) no les es permitido optar por caminos alternativos.

A raíz de esta conclusión, he llegado a plantearme el por qué continuar reproduciendo este sistema que perjudica tanto a hombres como a mujeres. Será que está tan arraigado a nuestra cultura, que aún conociendo las consecuencias de tal violencia y discriminación no somos capaces de decir basta.

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